miércoles, 26 de mayo de 2010

Un gran día

El comisario era un hombre modesto, pero en esta oportunidad la plenitud de su triunfo lo desbordaba. Era su caso más brillante, el culmen de su carrera profesional. Siempre había soñado con un final americano para su vida. Hastiado de una profesión en la que no hacía otra cosa que pedirles papeles a inmigrantes y sumar puntos por antigüedad para cambiar de destino, imaginaba una vida al más puro estilo de película de acción, desarticulando mafias de drogas, asistiendo a medianoche al lugar del crimen donde nadie estaba y donde el se movía en el silencio entre huellas y cintas que delimitaban la zona.

Se hizo policía por vocación, cosa poco frecuente en estos días de hoy donde todos veían en la oposición la llave de un destino cómodo, mientras no fueses enviado a lugares conflictivos (País Vasco). Soñaba con criminales en serie que iban dejando pistas con fruición entre cadáveres, pequeños restos, pequeñas huellas que formaban un gran prisma, un enorme puzle que solo desde una distancia, desde una perspectiva se podría adivinar.

Sabía que tenía un don. La capacidad no de ver la huella sino la mano, no de ver el cristal sino la ventana, no de ver la frase encriptada sino el significado. Pero los años y la rutina le fueron encerrando en un despacho viejo como su antigüedad. Su mayor reto fue el cambio de la máquina de escribir por el teclado de su ordenador. Hasta ahora.

Las sirenas ya se oían a lo lejos. Ocho crímenes sin resolver. Decenas de preguntas sin respuestas, pruebas inconexas que acababan en laberintos cerrados. Toda la sección criminalística de la policía de la ciudad estaba tras el caso. El comisario se imaginaba ahora sus caras, su sorpresa ante la noticia. Él, un comisario sin experiencia en la investigación forense, sin casos de homicidios en su haber era el gran detective, el perfecto descubridor de la gran incógnita, el ganador del cluedo. Podía ver las portadas de los periódicos. Realmente era su gran victoria. Encendió lentamente un pitillo sintiéndose importante. Aspiro el humo del tabaco como los personajes de las películas que tantas veces vio. Miro a su alrededor. Las sirenas ya estaban aquí. Su mujer y su hija de dos años estaban desparramadas por el suelo. El machete todavía seguía en su mano cubierta de sangre. Busco en las paredes un lugar donde colgar la enmarcada portada del enigma resuelto que aparecería en el periódico de mañana.

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