La memoria se me fue. No recuerdo nada. O casi
nada. Recuerdo mi gente, recuerdo un lugar, recuerdo una guerra. Pero nada,
apenas nada recuerdo. No llego a recordar si quiera si estoy muerto. Si, seguro
que estoy muerto. Todo fue hace mucho tiempo. Moral de Sayago se llamaba el
pueblo. Pero no me acuerdo de mi infancia recorriendo sus calles. Ni la
juventud me viene a la memoria. Recuerdo un hijo y una mujer. Una mujer y un
hijo.
Recuerdo una guerra.
Asturias. Y un cambio de bando. Luchábamos por la
justicia, la libertad, la tolerancia. O eso creo. No me acuerdo ni de mi
nombre. Pero si, seguramente estoy muerto. Y la guerra, esa no se me olvida. Y
la Escuela de Guerra de Paterna donde me
formaron como teniente. Y el frente de Madrid donde fui a luchar. Pero no
recuerdo su piel ni su sonrisa. Ni los abrazos. No recuerdo nada de las noches
en vela, ni de mis sueños, ni de mis miedos. No me acuerdo de mis pensamientos.
No recuerdo mi muerte. Ni mi tumba. Ni las flores
marchitas que reposan sobre ella. Ni la lápida de pulido mármol con mi nombre labrado en amplias letras. Pero tal
vez recuerdo mi nombre, Herminio, si,
Herminio. Herminio Nicolás de Pedro.