Los nervios se le agitaron. Pensó que tal vez fuese solo la primera vez. Después supo que no, que seria así siempre. La calle estaba oscura. Tremendamente oscura. Como en las viejas películas que apenas ya recordaba. Escucho unos pasos que lo agitaron excesivamente. Vio una silueta y recordó otra vez esa película, pero el nombre no le salía de la punta de la garganta. Sintio el miedo que le impulsaba a abrir más los ojos. No conseguía recordarlo, algo como el hombre o los hombres o algo así. Los pasos, sin cadencia alguna,0 avanzaban, recordó el titulo de la película horrorizado, una mano se lo hizo olvidar. Soy yo susurro con una voz que parecía artificial. ¿Lo has traído?.
Saque mi viejo ejemplar de cuentos de Poe de la cartera y se lo puse en sus manos. La luz de los faroles le había ganado terreno a sus ojos, que ahora brillaban hermosos, bien por ese reflejo, bien por el atisbo de una ilusión que ya no se estila ni se sufre. Olio el libro, las manos le temblaban. Paso cada hoja recorriéndola con los dedos, a modo de ceguera. Lo agito junto a su oído, acerco la boca a la contraportada y susurro algo. Miro detenidamente algunas páginas que yo me sabía de memoria.
La luz había tomado su imperfecto rostro que por algún azaroso mal me atraía. Tenemos que apresurarnos le dije. Saco un manuscrito de la parte interior (doble fondo) de la maleta que acarreaba. Está escrito a mano casi grito mientras ella me tapaba toscamente la boca. Entonces vi los trazos, la textura del papel, los dibujos marginales, las notas de fondo…sonreí levemente. Después una lágrima cayó sobre la hoja. Su mano se volvió a alzar, esta vez sobre el papel, cuidado, ten cuidado, son únicos. Pero, ¿lo has escrito tú?…vi como su rostro asentía mientras su cara no decía nada o decía algo sobre el tiempo, la soledad, la distancia.
Guardo el libro de Poe en el doble fondo, me voy. ¿nos volveremos a ver? No me respondió. Se giro y volvió con paso cansado a la oscuridad. Escuche sus pasos alejarse mientras empezaba a leer.
Agotado caí rendido sobre el farolillo que mantenía la calle con luz. Tenía que destruirlo pensé al mismo tiempo que sentía que me había enamorado. Triture el libro en pedazos tan pequeños como las uñas de mis manos y los arroje por una alcantarilla.
Sentí de nuevo unos pasos, esperé en la luz, con el cuento atravesado en mi garganta. Habían pasado unas horas, no sé cuantas, pero algunas. Pensé en Poe mientras los pasos se dirigían hacia mí. La luz arrojo un rostro imperfecto que no era el de ella. ¿Qué hace usted aquí? me dijo suficientemente alto como para desagradarme en un mundo poblado de susurros. Vi que era un Controlador, me excuse, le dije que un paseo, que insomnio, que...estaba sudando ligeramente. Miró la alcantarilla llena de papeles flotando, recogió algún trozo, confeti, dijo para sí mismo y me dejo marchar.
Hacia tanto que no se leía que no distinguían los grafismos de lo que perseguían. Al contrario que la ley seca, la campaña anti-narcos u otras prohibiciones emprendidas por nuestros gobiernos, esta ley luchaba contra algo extinto de antemano, que no se practicaba, que se había dejado de usar.
Al llegar a casa vi mi rostro en el espejo de la sala. No me reconocí. Baje al desván como en la película “los hombres de abajo” y levante una de las tablas que cubría el suelo. Saque un cuaderno y un bolígrafo, me puse a escribir.
Los traficantes
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